“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque sólo vive una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores”
(Kundera, 1984)
Las palabras de Milan Kundera simplemente no pueden ser más sabias en esta frase, ya que la vida es una carrera donde probamos y erramos, a veces con oportunidad de mejorar, pero nunca de borrar lo pasado.
En estos días donde el encierro ya es nuestra normalidad y la vida más que nunca parece un ensayo sin posibilidad de corrección, es válido preguntarse cómo se puede seguir. Pues, a veces querer seguir con esos planes que hacían parte de lo que anteriormente considerábamos normalidad, nos suena hasta ridículo por no mencionar que poco probable. Y aunque hay algo en nosotros que quiere seguir, es en estos momentos donde vemos a la confusión hacer de las suyas, nublando toda motivación y convirtiendo a la injusta incertidumbre en la protagonista de la historia.
La cuarentena en Colombia se ha llevado un tercio de este confuso 2020, dándonos tiempo para reinventarnos, alegrarnos, permitirnos estar bien y no estarlo, lamentarnos, llorar, motivarnos y pensar o dejar de hacerlo. Ha sido tanto tiempo y aunque lo sentimos poco, emocionalmente hemos vivido una eternidad. Hemos pasado por crisis o salido de ellas, nos hemos permitido sentir, extrañar, anhelar y soñar con eso que amamos. Y, aunque la vida se ve cada vez más extraña, de lo único de lo que no hemos tenido oportunidad es de ponerle pausa, ya que el tiempo sigue en marcha sin importar lo que pase.
Entonces ¿realmente tiene sentido dejar que la vida tome sus propias riendas? Yo creo que no, ya que está claro que hagamos lo que hagamos el tiempo corre. Además, es claro que siempre será mejor ser el autor de tus decisiones y el culpable de sus consecuencias, ya que no importa si otros influyeron en ellas, al final somos los único que se enfrentaran a los resultados, nadie lo celebrará o lo sufrirá por ti, somos los responsables de nuestras acciones y los condenados a vivir con sus consecuencias.
Antes de divagar aún más pensando en cuanta razón tenía Kundera al definir la levedad del ser como insoportable, creo que es necesario enfocar un poco más esta columna. Ustedes me disculparan, pero el ejercicio de escribir, aunque es uno de mis favoritos no había sido entrenado por un tiempo y aun cuando busco hablar de todo, normalmente no digo nada.
Mi punto es, que aunque esta cuarentena nos ha volcado los planes y nos ha puesto a reflexionar y anhelar todo lo que consideramos perdido, también es cierto que somos afortunados al poder dedicar algo de tiempo a pensar. Pues, en estos meses donde hemos estado llenos de temores y dudas, por lo menos empezamos a abrir un espacio en la agitada rutina para buscar soluciones y nuevas garantías, incluyendo más la palabra reinvención que fracaso en nuestro vocabulario.
Sé que mis palabras pueden sonar un poco descaradas ante la situación que vive el país, pero en estos momentos me encuentro más que deslumbrada por lo importante que han sido estas circunstancias para que muchos sigan sus pasiones y sueños, al mismo tiempo que otros replantean sus ideas alcanzando un éxito incluso mayor del que soñaban antes de la pandemia. Sin embargo, en lo personal me deslumbra como la mente puede jugar con la razón misma y hacernos sentir ese desasosiego que nos pone inquietos y nos permite sentir la necesidad o la proximidad de un cambio.
Pienso que esa sensación a la que se refería Kundera al usar el término levedad, es a esa intranquilidad que no solo genera confusión sino que puede hacer que incluso el concepto más general y abstracto de todos dude de su rumbo. A esa intranquilidad que genera lo inesperado, pero que adaptándola a la vida real puede dar grandes sorpresas. Esa que deja en claro que si aprendemos a navegar en aguas turbias seremos invencibles en aguas mansas. Si nuestro papel en el mundo es navegar a ciegas, sin razón o prevención ¿por qué no arriesgarnos?
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