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Meditaciones Pandemicas; Maria Camila Velasquez

Actualizado: 1 jul 2020

Un virus diminuto con un poder astronómico sumió a la humanidad entera en el vacío insondable del caos, la incertidumbre y el pánico, conduciendo a una metamorfosis universal. La esencia del pasar del tiempo, previamente acelerada e inalcanzable retorno a su naturaleza absurda y tediosa. Las rutinas cotidianas consideradas el núcleo de la maquinaria metafísica se tornaron inconcebibles e irrealizables. Los vínculos interpersonales previamente devaluados y normalizados adquirieron una importancia astronómica. La relación con el propio ser, obnubilada por el frenesí externo se convirtió en el fundamento del día a día. Tuvimos que enfrentarnos al colapso absoluto de las dinámicas sociales para poder vislumbrar la vorágine en la que existíamos y realmente concebir la urgencia del cambio, a nivel intrínseco y colectivo. A nivel íntimo nos vimos obligados a reconocer nuestros pensamientos, aquellos que teníamos firmemente sepultados en nuestra memoria ya fuera por miedo, orgullo o una necesidad inherente de protección, para así conocer realmente la dinámica única de nuestros procesos mentales e identificar nuestros temores, inseguridades junto con nuestras fortalezas y deseos. La incertidumbre frente al futuro y la inutilidad que ahora resulta ser el desarrollo de planes largo plazo nos obligó a reconciliarnos con los errores del pasado, los defraudes de seres cercanos y transformar nuestro epicentro de odio, envidia, resentimiento e histeria a uno de benevolencia y perdón. Pues, nos dimos cuenta que la relación esencial es la que se tiene con uno mismo, y aquel que puede vivir con plenitud y júbilo en la soledad es quien realmente puede llegar a apreciar las olas externas que arriben a su marea. A nivel familiar hoy nos sentimos plenamente agradecidos y bendecidos por el núcleo de adoración al que pertenecemos, por tener un hogar en el cual resguardarnos de un enemigo común frente al cual somos altamente vulnerables y contar con un ambiente de armonía en medio del caos universal. Comprendimos finalmente que todas aquellas decisiones de nuestros padres que criticabamos y detestabamos apasionadamente porque presentaban una obstrucción al ejercicio máximo de nuestra libertad eran realmente actos de protección y benevolencia que han desarrollado en nosotros un carácter responsable, consciente, autónomo y nos conducen progresivamente a la madurez. Asimismo, nuestros familiares mayores, (abuelos o tíos) a los cuales nos habíamos alejado paulatinamente por mantener a flote nuestra existencia exaltada, hoy adquieren una relevancia categórica, al demandar nuestro amor incondicional, atención genuina y cuidado acogedor pero a distancia para poder mantenerse protegidos del peligro. A nivel interpersonal, aquello que antes nos parecía banal e inmutable, desde las interacciones efímeras con un extraño en la calle, el colegio o el trabajo hasta las tertulias trascendentales con amigos valiosos que nos acompañan en las instancias complejas y dichosas y conocen nuestra esencia humana sin filtro, se volvieron un tesoro precioso que añoramos volver a poseer. Recordamos con nostalgia y ternura todas las carcajadas, los bailes, las lágrimas, los enojos y las ponderaciones que otras almas únicas introdujeron a nuestras vidas, llegando a la realización que la miscelánea de colores, texturas y garabatos en nuestro lienzo en blanco hacen de este perfectamente extraordinario. A nivel educativo, aquellas clases magistrales adormecedoras, que ilustraban el tedio y lo sombrío de la cotidianidad son ahora un sueño anhelado, pues extrañamos la presencia de nuestros ingeniosos maestros. Anhelamos volver a descifrar los enigmas que nos atormentan, de índole científica, filosófica, matemática y lingüística en las aulas, a través del descubrimiento de conocimientos innovadores, de debates vehementes y perspicaces con nuestros compañeros y de reflexiones intrínsecas que consolidabamos tras un día de profundización intelectual. A nivel colectivo, fue la fragilidad de la vida humana y nuestro desconocimiento frente a la evasión de criaturas viles, lo que condujo a la realización de la naturaleza inequitativa, insostenible y desenfrenada del capitalismo salvaje. La imposibilidad de mantener el consumo astronómico e insensato que teníamos, el colapso de las empresas (micro, medianas y grandes) que sostienen este estilo de vida, la incapacidad del estado de proveer a los más vulnerables y humildes con las necesidades básicas y la urgencia de medidas económicas concretas para sobrellevar la crisis, hizo evidente las inequidades inherentes al sistema y su esencia egocéntrica e inestable. Y es ante el caos, el desasosiego y la devastación de lo que considerábamos un sistema viable que nosotros, los jóvenes, los líderes del futuro nos tenemos que despertar con gallardía y compromiso para construir una sociedad ambientalista, sostenible, equitativa y fraternal que realce nuestra esencia humana, proporcione bienestar y permite la potencialización de las habilidades y pasiones inherentes de cada uno. Pues es la satisfacción y plenitud individual, a nivel psicológico, profesional e interpersonal lo que eventualmente conduce a la ventura colectiva. Somos agentes de metamorfosis, y es ese proceso cognitivo y emocional excepcional al que estamos sometidos gracias a la pandemia ponderar, recordar, extrañar y anhelar lo que nos proveerá con las herramientas, la sensatez y la inteligencia para catalizar las transformaciones del mañana.

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