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El Medio es el Mensaje; Carlos Felipe Holguín

¿Estamos entreteniéndonos hasta la muerte? Una pregunta abrumadora pues refleja una gran contradicción, una distopía. Un anuncio que vaticina algo casi siniestro pero que, a su vez, se encuentra enmascarado, imperceptible... ¿Qué es y por qué cada vez se habla más de lo que parece ser una profunda crisis digital? Hace dos semanas Netflix presentó un poderoso documental, The Social Dilemma, que, aunque impactante, no ilustra nada nuevo, sino que continúa una línea de diálogo que empezó hace milenios y que más recientemente fue retomada proféticamente por escritores como George Orwell. ¿Estamos entrando en la era de la desinformación sistemática? ¿En una dictadura digital?

Considero que uno de los principales contribuyentes a esta línea de diálogo epistemológica, o por lo menos uno de los más cercanos a nuestro tiempo, es precisamente el autor de la pregunta “¿Nos estamos entreteniendo hasta la muerte?”, el lamentablemente desconocido Niel Postman, quien planteó al medio como una metáfora. Esto es, el medio a través del que decides comunicarte deconstruye tu mensaje para ser recibido por otra persona de forma análoga a como las metáforas deconstruyen el mensaje original y lo simplifican para ser más ampliamente difundido. Las metáforas son de los trucos publicitarios más antiguos y sus efectos sobre el público, cuando es recibido por un público informado, pueden ser sumamente positivos. Pero ahora pensemos en el medio como metáfora, pues este efectivamente cumple una misión parecida, logra deconstruir un mensaje para ser distribuido. En principio es necesario y, por ejemplo, los medios orales y tipográficos solían hacer una buena abstracción de la idea original pues, hasta hace unos cincuenta años, eran medios elitistas.

Tomemos un país como Colombia, donde hasta el año 1950 solo el 57% de los adultos sabían leer y escribir. De esta proporción, solo una fracción eran lo suficientemente competentes como para abrir por gusto un periódico o un libro y digerirlo. Así, las editoriales, aunque parciales, dedicaban sus esfuerzos a la redacción de artículos profundos y analíticos que incluso hoy, si una persona estudiada intentara leerlos, los encontraría extensos y tediosos. La democratización de la educación sin duda ha sido buena en muchas escalas, pero ante las dinámicas de consumo ha obligado, ahora más que nunca, a que los medios de información se transformen en cosas aterradoras. Este fenómeno fue identificado por Niel Postman en los años setenta, cuando el Show Business de los reality televisivos se había posicionado como una verdadera institución en la vida de los norteamericanos. Millones de familias, sobretodo niños, crecieron pegados a un televisor mientras se creía, equivocadamente, que un televisor en cada hogar sería la panacea en cobertura educativa. ¿Dónde hemos oído eso antes? Lo que sucedió es entristecedor, por un lado, el nuevo medio visual arrancó de tajo muchas competencias pedagógicas fundamentales como la discusión y la reflexión. Incluso espacios académicos como los debates y entrevistas empezaron a funcionar en razón de los ratings, lo que sin duda empezó a generar un clarísimo sesgo en el tipo de preguntas y temas que se trataban. Lo que no era taquillero, por más importante que fuera, moría.

Avancemos cuarenta años y todas esas características que en su momento eran despreciables se han generalizado gracias al surgimiento de un nuevo tipo de medio, el medio social. El medio social ya no funciona en razón de los ratings, ¡No! Funciona a través del análisis quirúrgico de todos nuestros movimientos. No sería exagerado decir que los algoritmos controlan el mundo y son, en este momento, capaces de construir caricaturas digitales de todos nosotros. ¿Y qué hacen con esas caricaturas digitales? Pues nos ponen a consumir toneladas y toneladas de información basura; alarmista, incendiaria, cualquier tipo de información que logre jugar con nuestros instintos más primarios, produciendo perpetuas explosiones de dopamina que sí, nos vuelven adictos a este nuevo medio ¿Entonces ahora qué tenemos? Nuestro principal medio tipográfico es uno que solo permite expresarnos en menos de 300 caracteres, los otros, como Instagram, Pinterest, Tumblr e incluso el ya cada vez menos relevante Facebook, subsisten gracias a la difusión de imágenes y videos cortísimos. Si el medio es el mensaje, entonces el mensaje en este momento tendría que ser uno superficial, impreciso, comercial y sesgado… precisamente lo es.

Sobre nosotros se está tejiendo una red, todos los días más compleja. Una red de caricaturas que, paradójicamente, están empezando a decidir sobre todos los aspectos de nuestra vida en sociedad. Nos estamos enfrentando ante la creciente inhabilidad de leer, la dificultad para analizar. Muchos están sacrificando irreparablemente su salud mental, produciendo lo que creo será una gran generación perdida. Sin duda, la lucha por un mundo menos inmediatista, menos polarizado, será uno de los grandes retos para el cuello de botella que será el Siglo XXI.

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