Un día entre semana revisaba el caso clínico del paciente que iba a trasladar en avión ambulancia, como hemos visto en columnas anteriores, en tiempos de Covid, este caso no fue la excepción, un paciente escolar Covid Positivo. Dada la geografía de nuestro país, la falta de servicios de salud y la complejidad de distintas patologías, décadas atrás se viene utilizando el transporte aéreo y marítimo como recurso para salvar la vida de muchos pacientes.
En Colombia contamos con 21 empresas aprobadas por la Aeronáutica Civil para el transporte aéreo medicalizado, la mayoría de ellas en la ciudad de Bogotá, otras ubicadas en capitales de departamento. Son aeronaves de pequeño tamaño, coloquialmente conocidas como “avionetas”, término que ofendería algunos pilotos que vuelan estas aeronaves. También se cuenta con el apoyo de la Fuerza aérea Colombiana, que adaptó sus aviones, para evacuar pacientes graves como lo vimos en el Amazonas y último en la Tragedia de Tasajera.
Hace varios meses tenemos fronteras cerradas, aeropuertos inoperativos, afectando los planes de muchas personas, y que tiene en crisis al sector turístico y las aerolíneas comerciales. Sin embargo, continúan las operaciones de este grupo de pilotos y tripulaciones médicas donde se vive la experiencia que muchos anhelan retomar nuevamente. Un trabajo que deja una gratificación inmensa, adrenalina y sacrificio para que hoy un pasajero que llamamos paciente lleve historias de regreso a su ciudad natal.
El riesgo hoy se duplica, aun contando con los equipos de protección personal, en una cabina la exposición es muy alta. No en vano titule así esta columna, que cuando se active cada traslado, nosotros seamos conscientes que cuando llegamos a estas ciudades que sufren desgracias, agradezcamos por los paisajes de nuestra geografía colombiana, puestas de sol y aterrizajes en terrenos y climas agresivos para que al final del día sintamos esa satisfacción del deber cumplido.