El “fenómeno” del narcotráfico marcó la historia colombiana de una forma indiscutible, ya que logró permear a la mayoría de los fundamentos sociales de Colombia: desde la música, la literatura y el arte, hasta el gobierno en sí.
Hoy deseo opinar acerca de la triste mancha que ha dejado esto a muchos jóvenes colombianos. Constantemente se ve como muchos jóvenes idolatran y glorifican estos negocios, y a sus figuras prominentes como lo fueron Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela. Es un poco tortuoso ver cómo estos ideales de dinero fácil, sin considerar los daños humanitarios que trae este negocio, logran imprimirse en la mente de muchos jóvenes. El ex-narcotraficante Andrés López López afirma que la narcocultura es “la identidad cultural hacia el ‘capo’, ya que los jóvenes ven aquel héroe que siendo de clase baja logra conseguir altas cantidades de dinero.” Además, el periodista Javier Darío Restrepo denomina la narcocultura como “el culto al dinero y a la violencia.”
Es triste pensar que muchos jóvenes de estratos comprometidos glorifican a estos actores del mal, al ver como bajo condiciones similares han logrado salir adelante y conseguir cantidades abrumadoras de dinero. Es triste ya que no se toma en cuenta el daño colateral que causa el narcotráfico, desde crímenes de lesa humanidad hasta el impacto político y económico que esto puede causar.
Se ve como este pensamiento ofuscado por el deseo de grandeza económica logra influir en tantos aspectos de la vida cotidiana: la forma en que se actúa, se habla o se viste son indicadores de la influencia que han tenido estos narcotraficantes en la sociedad.
Recalcó que esta es una opinión personal, y claramente no es general. Sin embargo, sí es muy común conocer a personas que, en vez de reprender los actos malévolos que puede conllevar este negocio, lo arropan como un estilo de vida y un prospecto a futuro, dando así un panorama solemne, ya que se encuentra cada vez más lejano ese sueño de acabar con el narcotráfico en su totalidad.