Tras un final devastador de la Segunda Guerra Mundial en 1945, las Naciones Unidas surgieron con el objetivo primordial de construir un mundo de reglas, acuerdos y liderazgos en pro de conservación de la paz y la seguridad internacional. En sus comienzos estaba compuesta únicamente por 51 países pero con el paso del tiempo y la creación de agencias especializadas que abarcan todos los ámbitos de la dinámica social, sus miembros han aumentado hasta alcanzar los 193. Los Estados Unidos era el magnate, el arquitecto visionario de este nuevo orden global, con presidentes que estaban comprometidos a liderar y forjar el mundo, tales como George Bush, Barack Obama, Bill Clinton, y con el poder económico y político para direccionar el rumbo de la humanidad.
Sin embargo, tras el posicionamiento de Donald Trump, defensor apasionado del patriotismo extremo y la soberanía de naciones independientes, el núcleo sistemático de América dio un giro drástico e irreversible. En vez de explotar su dominio global al máximo, la potencia se ha progresivamente retirado del panorama global con acciones como, la suspensión del financiamiento a la OMS (Organización Mundial de la Salud) y tres importantes retiros, el del Acuerdo de País en pro de la lucha contra el cambio climático, el del Acuerdo nuclear con Irán y el abandono del tratado de libre comercio denominado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación económica. Estas desiciones polemicas por parte de una administracion increiblemente nacionalista han dejado al mundo entero a la deriva, preocupado por cuales seran las nuevas reglas y el funcionamiento del sistema mundial, del capitalismo, las relaciones politicas, las leyes y el intercambio cultural. Pues Estados Unidos ha sido el epicentro, el núcleo de este intrincado pero fascinante orden mundial por los últimos 75 años.
China es el país que ha intentado asumir el vacío temible e insondable que EEUU ha dejado mediante la adquisición progresiva pero determinada de poder económico, tecnológico y político. Se ha centrado en incrementar su influencia sobre instituciones existentes, como la ONU, mediante medidas sigilosas pero drásticas: desde el incremento de su financiamiento en más de 10 puntos porcentuales, el liderazgo de 4 de las 15 agencias especializadas, el uso acertado de su poder de veto en el Consejo de Seguridad en torno de decisiones políticas trascendentes hasta la inserción de vocabulario preferido en China en documentos oficiales. Además ha estado construyendo canales de influencia fuera de las instituciones históricas, como la creación del Banco Asiatico de Inversión en Infraestructura enfocada en la financiación de proyectos innovadores en la región y la Organización de Cooperación de Shanghai encargada en abordar cuestiones de seguridad nacional de sus 8 miembros. Es así como China se apodera paulatinamente de lo existente, con estrategias perfectamente curadas pero también se posiciona como un magnate en el Oriente, superando la supremacía, manipulación y el poderío que representaba el Occidente durante tantos años.
Una ficha fundamental para este empoderamiento ha sido Huawei, el fabricante primordial de equipos de telecomunicaciones el cual ha alcanzado un Boom en ventas en los últimos años sobrepasando los ingresos, la cuota de mercado y la popularidad entre los consumidores, a comparación con sus dos competidores principales, Ericsson y Nokia. Sin embargo su evolución desmedida en el desarrollo de la red 5G, este monstruo tecnológico indomable es un peligro latente para los gobiernos, especialmente para el de los Estados Unidos. Debido a, la esencia controladora y dominadora de la red, y la lealtad estatal consagrada en la ley de inteligencia China específicamente en el artículo 7 que establece que las compañías chinas deben, “apoyar, cooperar y colaborar en el trabajo de inteligencia nacional y aguardar el secreto del trabajo del que tienen conocimiento.” De esta manera Huawei, más que un magnate innovador y revolucionario se convierte también en el recurso primordial del gobierno para controlar aspectos fundamentales de la cotidianidad humana que van desde las carreteras (con los automóviles que se conducen solos) hasta el interior de los
hogares (con los sistemas de cámaras inteligentes), la apropiación de los datos personales con respecto a las relaciones interpersonales, las preferencias políticas, los patrones de mercado, el estado de salud y la capacidad económica que residen en los dispositivos móviles, y la manipulación de esa cantidad astronómica para proyectos secretos de la República China.
China quiere desafiar el poder Norteamericano, no con armas y guerra sino con innovaciones absurdamente fascinantes, con el financiamiento a compañías nacionales que transforman la dinámica cotidiana, asumiendo desafíos abismales que concluyen en increíbles inventos, el desarrollo de científicos, codificadores y mentes brillantes para que exploten su potencial y en general la propulsión máxima del sector tecnológico. Es así como el orden mundial que conocemos hace tanto tiempo reside ahora en un limbo de incertidumbre, metamorfosis y esperanzas que pasa del dominio occidental al oriental y el cual veremos consolidarse cuando se reactive la economía y la humanidad una vez concluido definitivamente el caos pandémico.
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