Escrita por: Alicia Carrillo. Monaco
El 2020 es, sin duda, un capítulo aparte en los libros de historia. El Covid-19 pareciera estar estableciendo un nuevo orden mundial, en medio de la paranoia colectiva y el llamado a la cordura y a la prudencia por parte de la comunidad científica.
Y es que, aún sin ser la pandemia más letal, el nuevo coronavirus nos está obligando a replantear muchas cosas. Uno de los temores más comunes es el de estar lejos de los seres queridos. No poder abrazarlos, no poder estar con ellos. La distancia, por su parte, está sirviendo de maestra para aprender a valorar muchas cosas a las que antes no dábamos mayor importancia.
En mi caso, conozco esa distancia y la veo con otros ojos, pues vivo como expatriada en Francia desde hace varios años. Por supuesto que extraño a mis padres, a mi familia y a mis amigos. Sin embargo, no puedo decir que me hacen falta porque, a pesar de la distancia física, jamás me he sentido lejos de ellos. Mi país tampoco me hace falta, y no lo tomen a mal… Simplemente, entendí que estaba asumiendo la responsabilidad de hacer patria por fuera.
No obstante, estaría faltando a la verdad si digo que la cuarentena no me ha afectado. En Francia estamos en confinamiento desde el 16 de marzo. Al momento de escribir esta columna, ya se registraban casi 26 mil fallecidos por cuenta del Covid-19.
Para muchos, las medidas tomadas por el gobierno de Emmanuel Macron han sido tardías y poco rigurosas. Lo cierto es que, a partir del lunes 11 de mayo, entraremos en una etapa de desconfinamiento progresivo.
Tal vez lo que más me inquieta de esta fase es la imprudencia, egoísmo e irresponsabilidad de unos cuantos que, invocando sus libertades individuales, exponen a quienes juiciosamente nos disponemos a seguir las medidas de precaución y prevención. Y aunque se acerca el verano, las vacaciones no serán las mismas de antes. Esa “normalidad” a la que muchos pretenden volver, no será la misma. Tendremos que acostumbrarnos a hacer las cosas de forma distinta y, seguramente, tendremos que modificar varios de nuestros hábitos.
También es más que necesario reactivar la economía y la vida tiene que continuar su curso. Empero, las autoridades y el personal de salud hacen un llamado a la lógica y al sentido de responsabilidad de los ciudadanos, pues el escenario de una segunda ola de la epidemia y un eventual reconfinamiento, son posibles.
Otra de las cosas que me inquieta un poco es mi embarazo, o mejor, el nacimiento de mi hija. Está previsto que nazca el próximo mes de junio. No me preocupa mi salud, pues afortunadamente estoy y me siento en óptimas condiciones. He leído y me he informado sobre los posibles riesgos que correría mi bebé y sé que, in utero, no hay peligro. Sí, más que miedo, es inquietud ante lo incierto, pues varias preguntas han rondado mi mente… ¿Qué pasa si me contagio en el hospital cuando ella nazca? ¿Si resulta que soy asintomática, pero contraigo el virus en medio de una segunda ola? ¿Es que su papá podrá estar allí con nosotras? Es inevitable no pensar en esos escenarios, aunque confío en que todo saldrá bien. Lo único que me da tristeza de todo esto es que mi madre, que tenía previsto venir, no podrá estar en el nacimiento de su nieta.
Sin duda, mi hija escuchará una y mil historias del año en que nació. Pasará el tiempo y, cuando le expliquemos todo lo que ha implicado esta pandemia, diremos “qué locura la época en la que te tocó venir al mundo” … Sin embargo, el coronavirus y su nacimiento me recordarán por siempre que no todo es malo: el planeta respira de nuevo, la naturaleza recupera de a pocos el lugar que le hemos quitado, y la vida, a pesar de los escenarios apocalípticos que muchos insisten en evocar, se abre paso.
La moraleja que me han dejado la cuarentena y el coronavirus la resumo en una frase de Amelia Brand, personaje interpretado por Anne Hathaway en la película Interstellar: “de todas las fuerzas que conocemos, la única capaz de transcender las dimensiones del tiempo y el espacio, es el amor”.
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