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El Tiempo Perdido de Los Colombianos; Carlos F Holguin

Actualizado: 1 ago 2020

Tras el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, el Fondo de Publicaciones de la Universidad Sergio Arboleda elaboró una recolección literaria a partir de grabaciones encontradas dentro de su automóvil el día que lo asesinaron. Las cintas fueron grabadas por su asistente y escolta, el abogado José del Cristo Huertas, y en ellas se encuentran registradas sus clases magistrales de Cultura Colombiana que por cuatro semestres dictó en la Universidad Sergio Arboleda. Los tres tomos que se construyeron a partir de las cintas han caído en un lamentable olvido; son dificilisimos de encontrar y su material, que no tiene nada que envidiarle a las mejores clases de historia y cultura universal, aún resulta ampliamente extraño para la mayoría de los colombianos. Pero más allá de tratar de reivindicar estas obras perdidas, me gustaría enfatizar en el último tomo, uno de título llamativo y casi poético, El tiempo perdido. Álvaro nunca tuvo la oportunidad de ver el siglo XXI, el cual cubría con promesas y grandes retos al proyecto político colombiano, pero su sentencia del “tiempo perdido” sigue siendo un recordatorio abrumante del papel que Colombia debería jugar en el mundo.

En este momento es importante pensarnos ¿cuál ha sido ese papel? Es una pregunta difícil ya que requiere de un profundo ejercicio filosófico e histórico. Mientras que Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania, el Reino Unido, España y más recientemente, China, tuvieron o tienen el músculo económico para moldear el mundo y la cultura, otros países se han visto en la necesidad de jugar el papel inverso de la pregunta. Pues la pregunta “¿Cuál ha sido el papel de tu país en el mundo?” tiene dos vertientes. Por un lado, la más clara: ¿Cómo tu país ha moldeado el mundo? de carácter activo y otra, no menos importante: ¿Cómo tu país ha aprovechado el estado político del mundo? de carácter pasivo. Estar en la segunda vertiente, como es el caso de Colombia, no es malo, pues cualquier país que quiera eventualmente jugar un papel “activo” en el mundo tendrá primero que entender su papel en el estado actual de las cosas, así lo han hecho todos. Por ejemplo, Estados Unidos pasó de ser una colonia a uno de los países más poderosos del mundo en tan solo cien años tras reconocer su lugar en la ilustración y la “era de las revoluciones.” Inglaterra pasó de ser un estado pequeño y pobre (en todos los sentidos) al imperio más grande del mundo tras el reconocimiento del comercio como motor de crecimiento. En fin, las dos preguntas son importantísimas y llevan a lo mismo, a procurar el progreso.

Pero Colombia, como en muchas otras cosas, es un caso particular. Nos hemos desgastado (por lo menos más que muchas otras naciones) en un debate permanente, sin planes de desarrollo de gran envergadura y de largo plazo, sin el reconocimiento de nuestro papel en la contemporaneidad. Mientras que México se pensaba la reforma agrícola, que eventualmente fundó el omnipresente Partido Revolucionario Institucional que gobernó México por casi cien años y objetivamente lo modernizó, mientras que Domingo Sarmiento adelantaba en la Argentina un ambicioso proyecto de construcción de ferrocarriles, líneas de telégrafo y más de 800 escuelas públicas, en Colombia la construcción de una carretera que conectara la Plaza de Bolívar con Fontibón era vista como una “gran obra.” ¿Por qué hemos perdido tanto tiempo? Sin duda, condiciones históricas como la violencia, la geografía y una sociedad profundamente elitista no nos han permitido pensar en un gran proyecto nacional que nos caracterice de acuerdo a nuestras necesidades colectivas. En el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, Colombia se fue poniendo al día pero, de nuevo, la falta de visiones de largo plazo no nos permitieron resolver los profundos debates de los años 60, 70 y 80 sobre el énfasis de nuestra economía. ¿Debíamos ser un país predominantemente agrícola y rural o fundamentalmente industrializado y urbano? ¿O un híbrido inteligente de los dos? En todo caso, ¿Dónde estaban los visionarios planes de desarrollo? Esa indecisión, en parte, nos condicionó a jugar una papel minúsculo en el escenario internacional, papel que perdura hasta el día de hoy.

Sin embargo, creo que nos encontramos en un momento trascendental de la historia, que se ajusta perfectamente a las condiciones que nos deja el legado político de los últimos sesenta años. En este siglo, los países parecen destinados a crecer cada vez más hacia el interior, fortaleciendo la infraestructura tecnológica y social; las grandes conquistas de tierra han desaparecido, por lo menos en nuestra región, y el contacto con el mundo se hará sobre la base de la globalización y el trato diplomático. En este nuevo terreno de exploración Colombia se encuentra a la delantera frente a nuestros vecinos inmediatos. Contamos con una extensa área de influencia sobre los países centroamericanos y caribeños, tasas saludables de inversión y crecimiento, y una economía mundial que tiende a favorecer el desarrollo de procesos, experiencias y software que, opino, resultan mucho más factibles para Colombia que las extensas inversiones de capital necesarias para la producción industrial del siglo pasado. Dadas estas condiciones, resulta fundamental ahora sí recuperar el tiempo perdido y empezar a trabajar sobre la primera pregunta: ¿Cómo nuestro país aprovechará el estado político del siglo?

En este punto me gustaría rescatar una última frase, una con la que en algún momento Álvaro Gómez concluyó semestre: “Hay mucho en juego; de ustedes, que son la juventud, depende en gran medida la suerte de lo que está por venir.” El reto en este momento es fundamental pues la humanidad parece encontrarse ante lo que Ken Follet nombró “el umbral de la eternidad,” una época que, muchos historiadores coinciden, será el gran cuello de botella donde tendremos que reformular todos nuestros sistemas productivos para así construir una sociedad más ecológica, justa y ambiciosa, rasgos que sin duda serán necesarios para superar el inminente riesgo de caer en espirales de contaminación, inestabilidad social y estanco tecnológico. Si en este siglo se tomarán decisiones tan importantes para nuestra supervivencia, es a la vez importantísimos que empecemos a ocupar nuestro lugar en el mundo; que nuestras voces no estén aisladas a esta esquina del continente sino que tengan un impacto global decisivo. ¡Es hora de recuperar el tiempo perdido!

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