Creo que el lugar que estoy a punto de describir es imposible de caracterizar únicamente por como es físicamente. Suena redundante, pero me refiero; si estuviera hablando desde únicamente lo tangible.
Es un cuarto grande de paredes blancas y un piso de mármol de aspecto frío, un color inconcluso, entre blanco y negro sin ser gris, ¿tendrá un poco de café?
Hay muchas puertas de vidrio, hay mesas donde se sientan señoras a mirar un computador, pero quien sabe realmente qué estén haciendo, a lo mejor, no es ni su trabajo. También se encuentran a mi derecha, atrás, adelante, izquierda, unas gigantescas escaleras donde cabrían sentadas aproximadamente cien personas bien acomodadas, aunque creo que sólo yo estoy pensando en esto. También hay muchas personas vestidas de batas blancas, de pantalones de un material que no conozco, como una sudadera, de color azul. Típico del médico narcisista que quiere hacerle saber a todo el mundo que es médico. Algunos cargan tablas de escribir, algunos tienen su estetoscopio enredado en el cuello, bueno, más bien todos.
Pero no, no hablaré de eso.
Hablaré de lo que se siente estar en un lugar así.
De la sensación a muerte que tienen los sillones de cuero.
Del espectro que tienen dentro las máquinas de vender refrescos.
De la tristeza profunda que tienen los ingresos sin salida
Del duelo que llevan padres, hermanos y familiares en su defecto.
Hablaré de lo frío que se siente así esté haciendo calor
De como no se siente nada, pero se siente todo
De como sentarse a no sentir nada es sentarse a sentir todo sin querer aceptar los acontecimientos.
Del maldito piso de mármol inconcluso por el cual pasan personas acostadas en camillas tapadas hasta el rostro.
Ya dejaron de ser personas. Serán nada, pero serán todo.
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