A lo largo de este semestre me he encontrado con una multiplicidad de metáforas frente a los economistas. Durante clases interesantes, tertulias informales e introspecciones vehementes. La primera de estas fue durante una clase de Historia del pensamiento económico, la cual hacía alusión a los economistas como médicos. ¿Cómo médicos? Me pregunté ahondando en un dilema poderoso fundamentado en las siguientes dudas, cuales son nuestros pacientes, en realidad tenemos en nuestras manos el tesoro más preciado de la humanidad y es realmente nuestra labor de vida y muerte, y adicionalmente, se puede establecer aquello en épocas como estas, en mitad de una pandemia catastrófica. Tras un debate íntimamente controversial me di cuenta qué en realidad los economistas son médicos, médicos de pacientes que jamás llegarán a conocer en su totalidad o en la magnitud de profundidad e intimidad que un especialista de salud lo hace pero sí con el impacto, la trascendencia y la vitalidad magnánima de estos. No los llegan a conocer no porque sean indiferentes o inhumanos sino porque son tantos y tan significativos los impactos que tienen dado que van más allá que una sola persona o su núcleo familiar, los economistas influyen en redes de tamaño imprescindible, y enredadas de muchísimas personas y más que eso, en comunidades, ciudades e inclusive en países completos.
Los economistas tienen la función de analizar crítica y meticulosamente el contexto social mediante indicadores, gráficas, tendencias y teorías para poder proveer un plan de acción en pro de diferentes propósitos, sean estos: la maximización de la eficiencia, el fomento de la equidad, la potencialización de la productividad o la construcción de la sostenibilidad, el cual se traduce a una recomendación de política pública. Esta recomendación o plan afectará a toda la ciudadanía, si se deciden aumentar impuestos mediante una reforma tributaria o disminuir las tasas de interés en pro de alcanzar una inflación objetivo o si deciden implementar regulaciones bancarias, todo esto afectará el poder adquisitivo de los individuos y consecuentemente sus patrones de consumo, sus relaciones con diferentes agentes y finalmente su estilo de vida. Es así como se puede establecer con absoluta certeza que los economistas son médicos en el sentido de que si no tienen en nuestras manos la salud del humano, no cuidan el estado de un sistema cardiaco, nervioso o inmune se aseguran del buen funcionamiento de los órganos. Pero en el sentido en que manipulan, direccionan y definen el desenvolvimiento de los ciudadanos en la dinámica social mediante el planteamiento de los fundamentos y lineamientos que influyen en el manejo del dinero, las relaciones interpersonales, el progreso laboral y las conexiones con las instituciones políticas, empresariales y culturales. Es por esto que su labor es trascendental, así parezca muchas veces abstracta, teórica o laberíntica, sus decisiones, teorías e interpretaciones de la realidad influyen en la existencia, en la educación universitaria, en la trayectoria laboral, en los momentos de ocio y en las proyecciones a futuro de todos los humanos.
No solo en elementos mundanos y tangibles sino en aspectos más abstractos y trascendentes como lo son el bienestar, la felicidad y la satisfacción a nivel personal pero también familiar y más aún social. Es por esto que los economistas deberían ser valorados y admirados, no como fenómenos racionales e insensibles, sino como lo que son, constructores de realidades, de existencias, de vida, de prosperidad y éxito, de futuros completamente humanos. Pero más que eso la economía no debería ser una ciencia que solo especialistas académicos e intelectuales apasionados comprenden, que solo se habla en centros de política, en juntas directivas o en discusiones del sector bancario, sino al contrario debería adentrarse a la cotidianidad, a las conversaciones mundanas tan características del ser humano.
La economía es una ciencia de todos, para todos, porque los problemas contemporáneos que ataca afectan las vidas de las personas gravemente, sea esta en la desigualdad de ingresos, la carencia de educación, las brechas de género, el medio ambiente o la construcción de país, de Colombia, la economía más que parte de la existencia, es parte de la humanidad, es una esencia, un espíritu encarnado en data cuantitativa y cualitativa. Es por eso que más que recibir clases en la universidad de finanzas o tratar de entender porque se sube el salario mínimo en x o y porcentaje en un especial de RCN o caracol televisión se debe escuchar, con la misma conciencia, objetividad y receptividad a los economistas, a los promulgadores de políticas públicas, aprender de ellos, leer, informarse, crecer intelectualmente desarrollando así la capacidad de discernimiento crítico y un entendimiento holístico de la dinámica social. Más en esta pandemia, donde la clave para la reactivación y la salida de una recesión profunda serán las políticas económicas.
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