Hace varios días que no me sentaba a escribir, no por repudio al oficio, sino porque estaba dedicada a una vocación diferente; mientras la escritura es el enriquecimiento del espíritu, mi dedicación era más a la alimentación de la fuerza física y mental, la resistencia conocida como el fitness o la necesidad de hacer ejercicio en palabras menos excéntricas. Durante el periodo de desarrollo corporal, noté varios convencionalismos que creo son inherentes del ser humano moderno. Verán, no pude evitar inundarme por el pensamiento predeterminado del ser mientras se mueve o la actitud que lleva consigo al templo dedicado al cuerpo, especialmente propio de mi género.
¿Me veo gorda con esta camiseta?
Me veo gorda con esta camiseta.
Desafortunadamente me demostré a mí misma que el arte de hacer ejercicio puede ser contraproducente, ya que se visibilizó frente a mi la delgada línea entre lo saludable y lo nocivo. La peligrosa connotación que tiene pararse desnudo frente a un espejo, ya que el peor crítico no es aquel que está afuera, sino quien reside entre nuestras sienes. La inseguridad que produce encender la pesa, para pararse sobre ella, como si el número que ésta fuese a arrojar, tuviera una influencia directa sobre nuestro valor.
Pero no es así.
No lo tiene.
Ahí se encuentra la delgada línea entre lo saludable y lo nocivo.
La dicotomía ilógica e inmoral que es el acondicionamiento del cuerpo físico.
La contaminación que hemos permitido sobre nosotros mismos, la opinión sobre lo ajeno.
Y finalmente el entendimiento, de que no sirve de nada regar un jardín de flores, aparentemente hermoso, si la tierra que las alimentara, estuviese podrida por dentro.
Entonces entendí, que aunque saludable y a la vez no, el acondicionamiento físico a pesar de ser un ejercicio para enaltecer un estado tanto terrenal como de salud, representa el reto más grande que cada vez más personas parecen lograr superar.
Pararse desnudo frente al espejo y estar completamente enamorado de cada imperfección, que en cierta medida, representa lo único y diferente y por ende, termina siendo la perfección más perfecta sobre la que puede llegarse a hablar.
Y entender, que el número que arroje la balanza, no es más que eso. Un número que no significa nada diferente al lugar que se ocupa en el mundo.
Y como alguna vez me dijeron: la vida es muy corta, para no comerse el postre primero.
Pd: a nadie le importa si te ves gorda con la camiseta o no.
Con mucho amor, de un imperfecto a otro.
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