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Sobre efectos colaterales del espectro emocional; María José Flórez

Entre tanto blanco y negro que hemos visto los últimos días, queda por apreciar la escala de grises que se nos presenta constantemente.

Digo, porque no todo es sí o no, y si lo fuera, existir sería, no sólo un ejercicio dicotómico y polarizado, sino una condición tediosa del humano. Es negar la existencia de un punto intermedio, donde converge lo mejor o lo peor del extremo, es negar la posibilidad de la decisión.

Y suena político, pero no es esa la intención. Si bien la política es apasionante, en mi caso lo mejor que me dejó fue el aprendizaje de que los amigos no se pierden por los políticos, sino los políticos por los amigos.

Es en referencia a la verdad absoluta, puede que las cosas sean o no sean, somos personajes más complejos, que una simple reducción al bien o al mal, al calor o a la ausencia del mismo, sería un insulto meramente existencial. Al tener el poder de la consciencia, la capacidad del discernimiento, por obligación llega la empatía.

Pero no es así, a muchos no les llega nada.

y eso que a ellos no les llega, a los que sí, lo sentimos el doble.

Duele escribir, sobre cómo hay casos donde a los demás no les duele, ni poquito.

Dónde es difícil entender por qué es difícil entender al otro, ponerse en sus zapatos y admirar el universo que comprende su mente individual.

Que los problemas que plagan hoy, son diferentes a los ajenos y no por eso menos importantes; ni que porque tengan un color diferente y no sean ni blancos ni negros, pierdan su condición de problema.

Y no es “que el privilegio no te nuble la empatía” frase que desde hace un año ya veo lanzada a través de cuartos con el propósito de que sea vislumbrada como un espectáculo de fuegos artificiales, pero que entre más se pronuncia, más se envilece, y no da destello ni de volador.

Ser una persona empática no es cuestión de tener o no, así como ser una buena persona no es cuestión diferente a aquella de la decisión propia.

Es tomar la decisión todos los días de impactar el entorno a través de las acciones.

Es caminar distinto si no se está a gusto con el paso anticuado.

Es respirar profundamente, cómo si cada exhalación fuese la última.

No quedarse con ningún impulso y abrir la boca cuando es pertinente callar.

Saberse pronunciar en lo que es justo y lo que no, en lo que se opina y lo que no.

Saber medir las palabras con el mismo rasero con el que se miden las del alrededor.

Porque son un arma que tiene el poder de edificar personas y destruir imperios.

Justo como las acciones.

Únicamente cuando se hace evidente la fugacidad de la vida, se entiende su importancia.

Y únicamente cuando se entiende su importancia, se deduce que las cosas no comienzan desde afuera, y que no se tiene control sobre nadie diferente a sí mismo.

Respetar.

Caminar por un carril propio, guardando consideración con aquel que camina al lado.

Cuidar.

Eventualmente captar la importancia de los matices entre los colores y el blanco y el negro, pues son necesarios.

Entender el jardín del otro, colaborar en su necesidad de ser regado sin esperar nada a cambio.

Dejar de lado las frases con delirio de fuego artificial que tienen la manía absurda de convertirse en la inspiración que optan por imprimir en la etiqueta de las bolsas de té que compro.

Dejar de lado toda clase de zapatos para ponerse y eventualmente percatarse, que todos nacimos descalzos.

La vulnerabilidad está mal relacionada con la debilidad, pero aquel que tiene la capacidad de abrir su corazón, no será nunca tildado de débil; pues en contraste del que opta por insensibilizarse con su entorno, sabe que actuar desde el miedo es una actitud infructífera.

El cerebro es redondo, precisamente para otorgarle la capacidad de girar sobre su propio eje y cambiar de opinión.

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