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Sin una Transición Pacífica; Carlos Felipe Holguín

Nunca, desde la guerra civil americana, el país había estado ante un prospecto tan negativo para la constitucionalidad. Los estadounidenses, tan acostumbrados a la fortaleza institucional, nunca han tenido que confrontarse con la idea de perder la presidencia, central en el desarrollo normal de todas las actividades civiles. Un acuerdo de caballeros, podría decirse, fue lo que siempre mantuvo viva la paz entre las transiciones de gobierno, como lo demostró la arrolladora serenidad de Al Gore, quien, al verse confrontado con la victoria sobre el voto popular, cedió la presidencia a su contrincante George W. Bush en favor de la figura del Colegio Electoral.

Pero a falta de caballeros, el sistema colapsa y se convierte en una olla de suspicacias. Después de todo, este tipo especial de consuetudinariedad prevalece en función de la cultura jurídica de los ciudadanos, cultura que precisamente se encuentra en jaque desde diversos frentes. Donald Trump, quién está lejos de ser un individuo digno de su posición, ha empezado a desafiar el sistema, realizando un llamado prematuro a desconfiar y, en consecuencia, a deslegitimizar el ejercicio del voto por correo. Él, quien tanto las denuncia, es en parte el artífice de la epidemia de “FAKE NEWS” que invade las redes sociales desde hace varios años, aprovechándose de aquel brote peligroso de libertarianismo seudocientífico que no distingue entre derechas e izquierdas.

Pero el problema no son los llamados a deslegítimizar la elección frente al voto por correo, ese mismo que en la elección del 2016, 30 millones de estadounidenses (1/4 de la población total) utilizó para emitir su voto, ¡no! El problema es si Donald Trump será capaz de dar un paso al costado si Joe Biden es elegido para asumir la presidencia. Todo parece indicar (por ahora) que Biden será el ganador de las elecciones de noviembre; en otras circunstancias diría: “Todo parece indicar que Biden será el próximo presidente de los EEUU,” pero dudo que en caso tal, logre materializarse sin violencia y polémica. Hay varias razones para pensar que, de haber transición, no será una transición pacifica. La primera radica en los tiempos necesarios para contar el altísimo volumen de votos enviados por correo, que podría provocar que lleguemos sin un resultado definitivo al tres de noviembre, permitiendo que los candidatos deciden respaldar o no los resultados parciales en función de su conveniencia. Por el lado de Trump, la violencia no daría espera, sería incitada directamente por el presidente en un escenario aparatoso para el país y el mundo. Si bien es probable que Biden no incite directamente al caos poselectoral, las manifestaciones en favor del resultado favorable a los demócratas no se harían esperar y podrían encajar siniestramente con los actos de vandalismo que hemos visto en los últimos meses.

El anterior es un escenario altamente probable, sobretodo por un presidente que, confrontado con la idea, ha salido públicamente a decir que no aceptará fácilmente el resultado de la elección si este resulta desfavorable para él. Así pues, si la victoria demócrata o republicana no es decisiva, el resultado quedaría en entredicho y con este, el tejido constitucional que distingue a la democracia vigente más antigua del mundo.

Y eso que solo he descrito lo probable; existe una amplia gama de escenarios improbables que no sería totalmente descabellado traerlos a collación. Por un lado, la influencia de Russia sobre las elecciones pasadas parece un dato irrefutable; aún no se sabe a ciencia cierta a que bando favoreció, si a Clinton o a Trump, pues las pruebas en contra del uno y del otro son bastante fuertes. Sin embargo, sí hubo cierto grado de influencia, dato preocupante sobretodo en un momento donde China y Russia están jugándose a capa y espada una posición cada vez más dominante en el escenario internacional, cosa que han logrado gracias a los vacíos de poder dejados por la presente administración estadounidense. Un ciberataque a instalaciones eléctricas, bases de datos y sistemas de comunicación ya no son escenarios de ciencias ficción, son realizables y altamente probables. Solo basta con que una sola ciudad en disputa caiga a manos de este tipo de ataques para que toda la legitimidad del ejercicio electoral sea nuevamente traída a tela de juicio.

¡Lo mejor para los Estados Unidos es evidente! Independientemente del candidato que gane, el proceso electoral tiene que ser respetado y avalado por las dos partes, no solo en función de los resultados esperados. De igual forma, debería ser de común acuerdo, solo como una muestra de respeto hacia las instituciones, que el proceso electoral no termine hasta que todos los votos validos sean contados y revisados en caso de disputa. Los peligros que puede desencadenar una elección apresurada, especialmente con el torbellino de desinformación que parece reinar en las redes sociales, sería finalmente contraproducente no solo para los dos partidos políticos sino también para la posición de los Estados Unidos en el mundo.

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