Los kurdos son el cuarto grupo étnico más grande de Oriente Medio y sin embargo, actualmente no cuentan con el derecho a un territorio propio y se encuentran dispersos por varios países. Se concentran en mayor proporción en Turquía, viviendo en situaciones de abandono estatal y pobreza extrema, además de constantes ataques de las autoridades por la amenaza que para ellas representa. El conflicto entre Estado turco y kurdos viene desde hace tiempo (de hecho, desde la fundación del Estado turco con Mustafa Kemal Ataturk como “fundador de la patria”), pero es en el actual gobierno de Recep Tayyip Erdogan, que ésta cuestión se agudiza; es él quien más se encuentra obsesionado por exterminar a este pueblo sin Estado propio, para hacer crecer el nacionalismo turco y así de alguna manera abrirse paso a la Unión Europea. Paradójicamente, este situación constituye un obstáculo en el deseo del gobierno de Ankara de ingresar a esta comunidad. El problema kurdo, revela aspectos de un gobierno autoritario y en extremo represivo, y a su vez muestra la inestabilidad institucional del país. Esta es precisamente la contraparte de uno los requisitos que pide la Unión Europea para poder ser miembro de esta; la exigencia es “lograr la estabilidad de las instituciones que garantizan la democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos y el respeto y protección de las minorías”. En este contexto, los kurdos constituyen una minoría a la cual, ante los ojos de la comunidad europea, se les violan constantemente los derechos. Lo interesante de esta situación, es que ni los dirigentes europeos ni Erdogan ceden ante las exigencias del otro, por lo que afloran tensiones constantes entre los países.
Esta situación se debe al cambio en política internacional que Erdogan ha decidido venir imponiendo en su país desde el 2014 que empezó su gobierno. Culpar a los demás por el problema kurdo en su país ha sido su estrategia permanente desde hace un buen tiempo. De hecho, las contantes negaciones por parte de la Union Europea para facilitar su ingreso en el pasado por la cuestión kurda, han nutrido su discurso nacionalista afirmando que el problema es que los gobiernos europeos promueven prejuicios anti musulmanes y por eso defienden a los kurdos exigiendo para ellos un Estado propio. Precisamente por esto, es que la radicalización político-religiosa de su discurso, basada esencialmente en el ataque continuo a los kurdos, juega un papel importante para las continuas negativas de Europa a Turquía para formar parte de su comunidad. Pero no solo eso, pues el problema kurdo interno en Turquía se proyecta así mismo sobre las relaciones con sus vecinos que también cuentan con población kurda, como Siria. Así pues, esta cuestión resalta aún más en la medida en que a partir de la exaltación del nacionalismo, Erdogan pretende posicionar a su país como potencia regional en Oriente Medio, chocando con algunos intereses europeos, especialmente aquel que implica necesariamente un control sobre los recursos como el petróleo.
Pero la situación se complica aún más, teniendo en cuenta que ha habido un proceso incompleto, que se retoma y se abandona constantemente en Europa. Esto se debe a que Erdogan no se da por vencido fácilmente y amenaza con abrir las fronteras para emigrantes ilegales, refugiados o no, para facilitarles así el acceso a territorios griegos o búlgaros, lo que vendría agravando de la crisis de migrantes en Europa que viene sucediendo desde el 2015. Esto obviamente no es conveniente para la comunidad, que tendría que lidiar con un problema que aparentemente tiene controlado. Ahora, si bien el gobierno de Ankara y los de los países europeos firmaron un pacto para que el el Estado turco contuviera la migración ilegal, a cambio se considerar su ingreso a la comunidad, esto no ha implicado avances en el desarrollo del debate sobre si Turquía debe ser aceptada o no. Por eso es que la amenaza de abrir fronteras continua, así como la persecución a kurdos en territorio turco o en zonas donde Erdogan tiene influencias, como por ejemplo el norte Siria (en donde además busca expandir su zona de influencia, al igual que Rusia o Estados Unidos, por lo que las relaciones internacionales en esa zona del mundo podrían volverse aún mas tensas).
Ahora bien, aunque Turquía ha avanzado bastante en lo que concierne a los derechos de los kurdos, eso si por obligación (con el único objetivo de buscar que Europa ceda a sus pretensiones), aun no es suficiente pues la persecución contra los mismos continúa; sus intentos por impedir su desarrollo han llegado a niveles inimaginables, incluso hasta el punto de coordinar masacres contra los mismos en los países vecinos, como en Irak. Sumado a eso, un derecho que les fue arrebatado desde hace tiempo es precisamente el de una nacionalidad e identidad como pueblo en territorio turco. Sus costumbres, su lengua y su religión fueron prohibidas por las políticas del mismo Erdogan, con el fin de crear una sola identidad turca, libre de cualquier expresión “no turca”. Precisamente es por esto que la Unión Europea ve las medidas tomadas por el gobierno de Ankara como una simple instrumentalización de su proceso de ingreso a la comunidad y por extensión como una amenaza a sus intereses. Esta situación en Turquía puede a futuro desencadenar una crisis política, que implicaría una carga para Europa, al tener que ayudar al gobierno en caso de que si fuera aceptado en su comunidad. Esto de alguna manera refleja como ambas partes hacen sus jugadas al mejor estilo de una partida de ajedrez, teniendo en cuenta todas las posibilidades que podría desencadenar un sí o un no a los deseos de Erdogan.
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