En Perspectiva
Epifanía tras mi introspección; María Camila Velásquez
Un trato celestial se consolidaba entre mi abuela Tita, un ser que emanaba luz de bondad y humildad eternamente a través de su belleza paradisíaca y sus frases sabias, y Dios, la fuerza omnipotente que guia mi existencia. El cual consistia en renunciar a los elementos grotescos y degradantes de lo terrenal, al cuerpo frágil, masacrado por un cáncer cruel, a las cicatrices de la miseria, alcanzando así la levedad genuina, el encuentro con el paraíso bíblico. Como recompensa a aquel acto de humildad y valentía, DIOS posibilitará el milagro, que la ciencia y los eruditos habían negado previamente.... el nacimiento de mi hermano menor, Juan Felipe. Fue ahí en medio de la agonía y la incertidumbre que se originó el enigma supremo de mi existencia, un verdadero laberinto intelectual que intente resolver en aquel entonces, a los 4 años de edad pero me resultó imposible al no comprender la esencia de la vida y mucho menos de la muerte... cómo era posible que aquella esencia que glorificaba con plena devoción pudiera arrebatarle el fuego de mi existir y simultáneamente inculcar su espíritu en otro ser que más adelante se convertiría en mi más preciado tesoro, en mi ángel y maestro. Divagando en el vacío insondable del duelo... esa lucha perenne entre la negación y la aceptación, comienza una etapa trascendental en mi vida, que dejaría una huella indeleble en lo más profundo de mi espíritu... el colegio. Cautivada por el misterio que suscita el futuro, el Anglo se convierte en una burbuja utópica y mágica, colmada de juegos versátiles, amistades increíbles, desafíos intelectuales y profesores encantadores que me conducen eternamente a la superación y al júbilo. Con el paso del tiempo y el desarrollo de la madurez, se enciende una llama ardiente y apasionada dentro de mi que me lleva a la construcción infinita de perplexing queries y un deseo incontrolable por descifrar los dilemas universales, por comprender la esencia de la realidad. Es así como me sumerjo paulatinamente en los ríos semánticos de la academia... las ciencias, las humanidades, la matemática, las lenguas, la filosofía y a medida que adquiero más profundidad, la angustia vehemente me atormenta debido a la infinitud de ideas que se presentan ante mis ojos. Aquel sentimiento de incertidumbre impulsado por el anhelo de alcanzar un intelecto holístico se une con el pico de la adolescencia ... la marea tempestuosa de metamorfosis corpóreas y emocionales, dando origen a una crisis de identidad abrumadora. Los cuestionamientos, previamente conceptuales, se transforman en inseguridades y dudas centradas en mi esencia... mi aspecto físico, mi personalidad, mi ideología. Que empiezan a adquirir mayor poder y validez a medida que se carcomen mi espíritu, convirtiéndose en miedos que degradan paulatinamente mi desarrollo académico, la pureza de mis relaciones amistosas, la luminosidad de mi fuego intrínseco. Siento impotencia al perder el control sobre mi mente, al dejar que mis demonios viles la gobiernen y tras tocar el fondo de la melancolía, la histeria y la culpa arribó a una epifanía celestial: el núcleo del caos no reside en mi interior, reside en el ambiente en que convivo. Es así como el Anglo se convierte en mi campo de batalla, en el cual debo luchar eternamente por serle fiel a mi cosmovisión, filosófica e intrincada. A los valores que me han inculcado en casa: la transparencia, la compasión y la perseverancia. A los ideales que he construido individualmente: el poder de la mujer, el valor inherente de la equidad mundial, la trascendencia del amor hacia la academia. Teniendo en cuenta que la comunidad no los apoya por el hecho de que se concentra en alabar la superficialidad, la popularidad y la competencia salvaje, aspectos que para mi resultan intrascendentes. Siento infinita gratitud con el destino por este arduo combate, por colocar en tela de juicio mi coraje, mi lealtad, mi pasión desarrollando así un corazón, que con su sensibilidad profunda también es fuerte y resiliente.