Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que Colombia se perdió en el socialismo. Ayer se conmemoraron 210 años desde aquel grito de independencia el 20 de julio de 1810, un grito en busca de libertad y oportunidades. Somos una patria joven, dos siglos no es nada para la existencia de un país. Dentro de todo lo malo, lo fantástico del realismo mágico enmarcado en nuestro territorio y crisis continua, hemos logrado más de lo que muchos creían posible.
Aunque no lo parezca hemos demostrado ser una democracia relativamente solida, de instituciones y un pueblo perseverante que con verraquera y trabajo nos ha posesionado como una de las economías más solidas de Latam. Sin embargo, cada vez más se populariza entra la juventud las ansias de un sistema socialista en la república, que podría significar la transformación de un bello Macondo, humilde, resiliente y optimista, en un Macondo cuna del hambre y de la pobreza, igual al que nuestra hermana Venezuela.
Muchos dirán que semejante aseveración es algo exagerado y desproporcionado, sesgado por una ideología política que recae en el miedo para buscar electores. Pero no es así, la historia nos ha demostrado que los tentáculos del socialismo se van esparciendo lentamente, casi que, de manera invisible, entre la sociedad y las instituciones del Estado para instaurar dictaduras que resaltan lo peor del totalitarismo humano. El socialismo es la disposición del Estado para desplegar la fuerza coercitiva sobre su pueblo y destruir una nación, en búsqueda de un sistema que jamás a saltado del libro a la realidad de manera exitosa. Es apodíctico decir, el socialismo NO funciona.
Nos llamaron locos cuando en el plebiscito advertimos que las Farc llegaría al Congreso sin pagar una sola deuda con la justicia. Ayer se posesiono como segunda vicepresidente del Senado de la República una exguerrillera que como bien dijimos no pagó un solo día de cárcel por los horribles crímenes de los que fue autora y cómplice. La paradoja está en que los que se hacen llamar “progresistas”, luchando por la reparación y la justicia, son los que ayer aplaudían con mayor orgullo dicho nombramiento. No queremos que se vuelva a cumplir nuestra advertencia cuando Colombia se haya perdido en una infame dictadura socialista, como lo hemos visto en Cuba y Venezuela.
Colombia vive un momento crucial, la manera como lideremos la reactivación económica y la política social, una vez superada la pandemia será la base para la Colombia que veremos durante el siguiente siglo. Es necesario un gobierno que le apueste al altísimo potencial que tiene el país, una voz que traiga visión, argumentos, experiencia y más importante, credibilidad. Se debe centrar un compromiso por la apertura del mercado nacional y un alza en la productividad e inversión extranjera, que solucionará realmente problemas como el desempleo y que de manera intensiva será sinónimo de liquidez y estabilidad económica a millones de familias colombianas que hoy se encuentran vulnerables.
En las próximas décadas este país tendrá la oportunidad histórica de ser garante mundial de que el crecimiento económico fraterno puede ser compartido de forma equitativa, mejorando sin duda alguna el bienestar y nivel de vida de más de cincuenta millones de colombianos. Pero el socialismo no es el camino para lograrlo, por el contrario, es necesario un sistema firme que combine frentes de institucionalidad, e impulso económico de manera social y ambiental. No un sistema que ha demostrado implantar un discurso de odio y fragmentación social para implantar un sistema que durante todo un siglo ha demostrado una y otra vez no funcionar.
Anoche al escuchar el discurso de la oposición dado por Aída Avella, en opinión un discurso rancio, critico y poco constructivo, expresa las incoherencias de la izquierda colombiana. Además de criticar, hacen afirmaciones preocupantes, como que la reactivación de la economía se debe hacer apunta de subsidios y asistencialismos. Se centran en criticar los “pocos esfuerzos” del gobierno y su falta de ayudas a las poblaciones más afectadas y con menos ingresos. Pero cuando entramos a mirar los proyectos para la nueva legislatura no hay un sólo proyecto por los llamados miembros de la oposición para promover la lucha que tango gritan en plaza pública. Por el otro lado vemos agendas como las del Centro Democrático, que impulsaran numerosos proyectos legislativos que tienen como centro, el apoyo a las familias mas vulnerables del país y al sector productivo que será clave en el renacimiento económico.
Países como Corea del Norte, Alemania Oriental, Cuba, Albania y nuestra vecina Venezuela deberían servirnos como prólogos de la Crónica de una muerte anunciada, donde esta vez Santiago Nasar será la democracia y estabilidad colombiana. Cundo superemos esta crisis que hoy tiene paralizado al mundo, lastimosamente Colombia tendrá nuevos millones de desempleados y empobrecidos; por lo que tendremos que literalmente, en todo el sentido de la palabra, reconstruir un país. Lo preocupante está en la popularidad juvenil que tiene las propuestas de los Gustavos, Petro y Bolívar, de expropiar las empresas y los grandes capitales colombianos para financiar de manera permanente una alta renta básica en la sociedad. También están todas las populares propuestas de la “centro izquierda” de sobrecargar a las empresas para sostener el caso público. Propuestas que acaban con la inversión y la empresa privada, que en palabras de Churchill es “el caballo fuerte que tira la carroza” y es algo que los jóvenes debemos entender.
Hay que ser francos, en el 2022 será mi generación la que pondrá presidente, por simple lógica demográfica, y es una responsabilidad que debemos asumir de frente. El tan anhelado sueño revolucionario de Marx que nos han metido a la fuerza simplemente no es más que un espejismo para fusilar la democracia y la libertad.
Queridos jóvenes, antes de llegar al verso final ya debemos haber comprendido que si entramos no saldremos jamás de ese cuarto, pues está previsto que esa Colombia de los espejismos (o del comunismo) será arrasada por el viento de la realidad. Pero puede ser desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que los jóvenes descifremos los pergaminos, y entendamos que todo lo escrito en ellos será irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a doscientos años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, de arrebatarnos esa Colombia con la que soñamos.
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